jueves, 11 de octubre de 2018

Esa imagen




Hay veces en las que las personas sucumbimos a nuestro propio ombliguismo y nos ahogamos en pequeñísimos vasos de agua. Cualquier cosa se nos hace un mundo y magnificamos los problemas cotidianos como si nos encontráramos inmersos en uno de esos realities que parecen sacar lo peor de cada uno en cualquier momento.

Cierto es que las cosas no suelen ser tan fáciles como cuando las imaginábamos de pequeños y todas queríamos ser enfermeras, azafatas, investigadoras, astronautas, profesoras, artistas de circo, policías, bomberas, sin ponernos siquiera a imaginar el trabajo y el sufrimiento que hay detrás de eso.

La vida casi nunca es lo que esperábamos cuando nos peinaban con colonia Nenuco: los amores o no son lo que creíamos, o no son realmente correspondidos y se quedan en algo puramente platónico; las profesiones no suelen realizar personalmente a casi nadie; las familias son un cúmulo de pequeñas envidias y falsas relaciones de interés que saltan cuando llega la hora de heredar; los amigos que te pueden traicionar lo acaban haciendo; los secretos no suelen ser bien guardados por quienes prometen hacerlo; hasta las flores más bonitas se marchitan; todas las vacaciones se acaban; el desempleo puede terminar ahogando hasta los hogares más felices y, además, tenemos la puñetera costumbre de convertir todo aquello que podría ser una actividad de convivencia o un espacio de encuentro común en un asqueroso ring de pelea: deporte, cultura o las más populares y ancestrales tradiciones.

Nuestro espíritu crítico e inconformista y el enorme desconocimiento que existe respecto a la historia pasada hacen que no estemos a gusto con nada, contentos con lo que conseguimos o esperanzados con lo que ha de llegar. Abunda la gente gris con miradas grises y comportamientos oscuros.

Es normal desear lo que no conocemos y criticar lo que sí, pero no solemos dar opciones positivas a todo eso que nos rodea y que -quizá- nos hace la vida más fácil, más cómoda y más llevadera sin que nos estemos dando cuenta. Nos resulta más bonito el bolso de la vecina, más buenorro el chico de la conocida, menos estúpido el hijo de nuestro amiga, etc...

Caemos en el error de generalizar los comportamientos por géneros. Erróneamente lo sexualizamos todo y valoramos poco, muy poco, el esfuerzo que los demás hacen por aguantarnos. Quizás sea eso lo que explique que, hoy en día, una pareja duradera sea poco menos que objeto de homenaje. Ya nadie soporta a nadie.

Yo reconozco haberme equivocado mucho y con muchas personas: a veces para bien y en otras ocasiones para mal. Me he equivocado en muchos ámbitos. He hecho daño queriendo. He dado más de lo que debía. He confiado en gentuza. He soportado más de lo razonable. He priorizado mal. He elegido comparando muy poco. He pensado escuetamente en mí y mucho en quienes no me correspondían. Me he entregado a quien no lo merecía. He tardado demasiado en olvidar... pero cuando fui consciente de todo ello por lo menos intenté poner remedio, y si ya no lo tuvo, aprendí lo que no debería volver a repetir. Asumo mis culpas y tengo el alma tranquila. Y no está mal ¿sabéis? No es mala la sensación de sentirse mortal y falible. No es dramático pedir disculpas a quien las merece o reconocer los errores, porque además, al hacerlo te liberas de un peso ficticio que llevabas sobre los hombros: el de intentar ser perfecta sin poder serlo. Que me libren de las perfecciones de hoy en día por favor.

A veces hay que mirarse desnuda frente al espejo y saber reconocerse en las formas, en las cicatrices, y en el paso del tiempo, mirarse con compasión, con sinceridad y sin filtros de esos con los que diariamente pretendemos vender una feliz imagen vacía y hueca a los demás. Mirarse sin poner posturitas falsas que oculten defectos físicos. Mirarse sin tristezas para poder reconocerse en ese reflejo solitario que es incapaz de contestarnos.

Esa imagen somos nosotros, esa con todo lo que refleja, con todo lo que nos rodea, con todo lo que somos. No hay más, y tampoco tiene por qué ser malo. Somos ese verso suelto que quizás nadie sepa rimar. Somos esa sonrisa que brota con las cosas más tontas. Somos ese genio que rebosa cuando nos tocan lo nuestro. Somos esa figura que nos analiza con la sabiduría de conocernos bien. Si fuéramos capaces de vernos con esa sencilla desnudez, también podríamos mirar de la misma manera a los demás.

Ni quiero ni necesito mantener una fuerte amistad con quienes discrepan conmigo en lo importante, pero sí que aprovecho sus puntos de vista para contrastar los míos: en ocasiones refuerzan mis tesis y otras veces me sirven para cambiar puntos de vista. Es muy humano cambiar el punto de vista, algunos deberían probar a hacerlo. No se muere en el intento.

Y si tengo que mirar al pasado lo hago sin pudor y sin miedo, procurando hacerlo para alegrarme por lo bien que estoy ahora. Me importa una mierda que aún haya quien me odie sin conocerme, yo ya me perdoné a mí misma en lo fundamental. Solo quien alguna vez ya tocó fondo se puede permitir ese gusto, pero después de tanto luchar para levantarme, despertar con ánimo y llena de esperanza es algo que me ayuda diariamente a relativizar los problemas.

Si tienes a alguien a tu lado que te demuestra cariño, quiérelo. Si tienes techo, comida y cama, valóralo. Si tienes cinco euros en el bolsillo para desayunar fuera de tu casa antes de irte a trabajar, agradece ambas cosas a tu propio esfuerzo y al destino. Si conoces amigos con los que poder llorar sinceramente, cuídalos. Y si tienes en tu mano un buen teléfono para, por ejemplo, leer esto, ya eres más privilegiado que la mitad de los habitantes del planeta. Tan poco es tan mala nuestra existencia, piénsalo solo un poco.

No hay nada que cure más rápidamente el mirarse tanto el ombligo, la angustia injustificada o el mal carácter cotidiano, que la simple visita a un hospital o a un comedor social. Ahí sí que os encontraréis con miradas limpias de filtros (porque nada tienen), dolor intenso y agradecimiento sincero (porque les sobra) y problemas reales sin postureo. Tengamos coraje y hagámoslo: demos una vuelta por un lugar donde nadie quiere permanecer pero que debe asumir. Ahí será cuando de verdad aprendamos a valorar lo que diariamente tenemos.

Es casi un milagro que cada día amanezca y que volvamos a nuestras rutinas y a nuestras preocupaciones, pero relativizar la existencia, levantar la mirada hacia los demás y observar lo que nos rodea, debería hacer que, cuando vemos quienes somos y lo que hemos conseguido, haga que estemos orgullosos de esa imagen que somos nosotros.



Nacidos para creer - Amaia Montero








Buenísimos días querid@s y no tan querid@s,

Es jueves con sabor a viernes,

Permítete fallar, permítete equivocarte, permítete estar triste, permítete ser mediocre, y que le den por el culo a la perfección, es una puta mentira.

¿Vamos a por un café? Eso sí que es casi casi perfecto.






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