Algo inesperado y extraño, absolutamente impredecible y de un impacto tan extremo que cambia el rumbo y el devenir de la existencia.
A mí me pasó. Y fue algo que jamás hubiera imaginado. Fuera de todo plan o propósito previo. Es más, si alguien me hubiera dicho esto te pasará a ti, lo hubiera mirado pensando que se había vuelto realmente loco y le habría dicho que no me gusta la ciencia ficción.
Y a pesar de ello, seguimos sumidos en la ilusión de la predicción. Trazamos planes en función de suposiciones erróneas, nos adelantamos a problemas que nunca existirán y nos aferramos al análisis de datos incompletos para tratar de dilucidar el futuro. ¿Por qué? ¿Para qué?
Si algo se puede decir del futuro es que, afortunadamente, es incontrolable.
Lo cierto es que lo más importante no es qué debemos hacer, sino que no debemos hacer: no decidir. Este es el peor y más común de los errores. Quedarse atenazado por la ansiedad.
Así que entre dos caminos yo elijo el del corazón. Porque en el fondo sé que es aquello que conecta conmigo, con mis principios y expectativas. Siempre hay un camino que reconozco como mío; aquel en el que tomaré mis decisiones con más tranquilidad, objetividad y serenidad.
Lo importante siempre escapa al análisis, porque existen circunstancias que por más que vueltas que las demos, escapan a nuestro control. Por esa razón para mí es tan importante hacer caso a mi corazón, y para los que no sean románticos, pues a la intuición. Y adaptarse al camino y seguir andando aunque nos encontremos con cruces inesperados.
Estar preparados para los obstáculos como para las sorpresas que nos depara el viaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario