viernes, 16 de febrero de 2018

Del dicho al hecho





Siempre he sido más de hechos que de dichos, incluso de hechos sin dichos. Creo que la vida nos enseña el valor de las palabras, tanto de las que se dicen como de las que se omiten. Y se aprende que con determinadas personas no hay hecho.

Hay personas que usan palabras vacías, que ni siquiera hay con que llenarlas. Palabras que suenan a eco y a falso, que se cubren con la máscara y la nariz de un payaso. Que son palabras sin fuerza, sin alma, sin vida y casi sin letras.

Personas de las que sus palabras no valen, no pesan y no laten. Que son dichos sin hechos, humo vendido o un vaso de trilero. Son un calvo vendiendo un crecepelo, un confesor que no cree en el pecado, una nube que se lleva el viento o una sonrisa falsa de medio lado.

Pero también hay personas que dicen y hacen, que prometen y cumplen. Que con una mirada dicen y, acto seguido, hacen. Y no hace falta más, pues sus palabras son promesa. O que hacen sin decir y si dudan, silencio. Que son más hecho que palabra y hablan con la sonrisa. Que cumplen sin pedir, sin explicaciones y sin preguntas. Que usan palabras cortas, llenas, porque son hechos en dichos.

Decidamos como de largo es el trecho entre nuestro dicho y nuestro hecho. 









Buenísimos días querid@s y no tan querid@s,

Es viernes,

Las promesas solo se las lleva el viento si tú lo permites. No es tan difícil: promete y cumple. Nada más. 

¿Café? Me parece que yo ya llevo tres




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