jueves, 21 de mayo de 2020

Un tiempo extraordinario








El zorro le dijo al Principito: No se puede ver bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.


Y es en este momento de crisis inesperada con la que convivimos ya hace varias semanas, en los que nuestra vida se ve de otro modo. Nuestro mundo comenzó a girar al ralentí y a latir con el corazón encogido. He sido capaz de escuchar el silencio cuando hasta hace bien poco vivía rodeada de ruido por dentro y por fuera, y tengo tiempo de sobra cuando lo normal era que el tiempo volase. Me he encontrado a mi misma cuando lo normal era que me diese esquinazo o que, rodeada de tanta gente y circunstancias, yo solía estar en los últimos puestos de la lista.

En este tiempo que es extrañamente extraordinario habrá quien valore más lo que tiene, quién descubra que tiene más de lo que cree o quién se dé cuenta de que eso que tiene no es lo que necesita. Habrá zonas de confort que empiecen a volverse no habitables, casas que ahora se sientan como un verdadero hogar o teóricos hogares, en principio perfectos, que realmente han empezado a caerse a trozos. Hay verdades que han dado la cara en esta situación que parece de ciencia ficción y mentiras que se han enfrentado a nosotros aunque a veces hemos intentado ignorarlas. El confinamiento nos ha ido cerrando los ojos mientras nos abría poco a poco el corazón.

A ver si resulta que éramos felices con nuestras rutinas, nuestra normalidad, alegría y pequeños problemas y no lo sabíamos. A ver si íbamos a dejar pasar oportunidades por miedo e iniciar cambios y ahora sabemos que los grandes cambios no avisan, sino que llegan sin llamar. A ver si nuestra escala de valores estaba descolocada o nuestros esquemas tenían que romperse. A ver si teníamos que vivir encerrados para saber que éramos libres y dejar de mirar tanto con los ojos para hacerlo más con el corazón.

Todo esto nos pilló a todos de improviso, sin esperarlo e hizo que nuestro mundo se parase de golpe, nos ha dejado aturdidos y desorientados, pero siendo demasiado conscientes de que hemos vivivo y lo hacemos aún, algo excepcional.

Un virus ha cambiado nuestra vida y ha conseguido que veamos lo pequeños y vulnerables que somos, que entendamos que el mundo no se para, aunque sí tengamos que contener la respiración y que tiene que prevalecer la responsabilidad sobre el deseo, la generosidad sobre el egoísmo y la humanidad sobre todo, ha reducido nuestro espacio, nuestra vida y la cercania. Estas semanas tan complicadas han venido con sorpresas incorporadas, porque han dejado al descubierto lo bueno y lo malo de todos nosotros, nos han mostrado quién ha estado cerca y quién se ha mantenido lejos, incluso los que directamente han desaparecido; y a veces, no coincide con quien nosotros creíamos.

En este aislamiento vivido he echado de menos los besos, los abrazos, los encuentros, las conversaciones con las personas a las que quiero, las risas compartidas. Me ha faltado (me falta aún) la cercanía, el calor humano, la mano que me calma, un beso que anhelo y la palabra necesaria. He echado en falta lo esencial, eso que no se ve, pero se siente; lo que hace que el tiempo sea vida y que la vida sea un tesoro, eso que da sentido a todo cuando todo te falta. Es verdad que nuestras múltiples pantallas han logrado acercarnos a los nuestros, pero no por eso han conseguido suplir la presencia y el contacto que tanto he deseado y aún deseo. Pero al menos están sirviendo como un sustitutivo que hace aguantar la necesidad de recuperar mi vida. He vivido muchos momentos con incredulidad y tragándome lágrimas he pedido siempre que todas las personas de mi entorno sean las mismas cuando llegue el final de esta pesadilla, porque esa será la victoria. Me he sentido impotente y me ha matado el dolor ajeno.

En este momento he entendido que puedo vivir sin muchas cosas; sin espacio, pero con tiempo, he encontrado un techo y no el cielo cuando he levantado la vista y he convivido conmigo misma mientras echaba de menos a otros. Me he sentido muy sola y muy vulnerable viviendo una situación desconocida y viendo tan lejana la vida que tenía antes. Pero también tengo que decir que me siento orgullosa de mí y de la forma que he tenido de enfrentarme a la situación, creo que ha sacado lo mejor de mi persona y me ha hecho estar dónde debía y ayudando a los que podía, y ha habido muchos momentos que no han sido fáciles. Me ha hecho darme cuenta de que me miro y me reconozco, soy la persona que creo y creo en la persona que soy, me he dado cuenta de que no soy un simulacro. También me ha servido para ver si iba en la dirección correcta, hacia donde deseo o solo iba por inercia. Si vivía o solo respiraba. Si seguía mi propio camino o solo iba por el camino marcado. Me ha servido para decirme la verdad: ¿estoy bien?, ¿me estoy conformando?, ¿estoy con quién quiero? ¿necesito un cambio? Es tiempo para hacer limpieza o cambio (y no solo de armarios). Es tiempo de ser sincera conmigo misma, de entender que solo soy un tiempo que no sé cuando va a terminar, perder el miedo a escucharme y a todo lo demás, y quizá tomar decisiones.

Solo espero que esto pase, porque después de una tormenta siempre llega la calma. Y que vuelvan los abrazos, compartir los cafés, los paseos por las aceras, las calles llenas de vida y estar con los que quiero. Pero deseo mucho más que cuando todo esto pase tengamos memoria y podamos ser valientes, agradecidos y generosos.






Buenísimos días querid@s y no tan querid@s,

Alguien que me importa me dijo hace unos días por WhatsApp "Yo cubro tu espalda y tú cubres la mía" y eso es todo un código de honor y muy valioso para mí.

¿Café? 







No hay comentarios:

Publicar un comentario